miércoles, 9 de diciembre de 2009

Muerte



Me despierto, después de haber soñado nada, no tengo ganas de levantarme pero las boronas que delatan la existencia aún de mi consciencia moral me obligan a hacerlo. Abro las cortinas y el sol me golpea violentamente, mejor las dejo cerradas, me pongo las pantuflas que suavizarán a mi plana planta del pie, la cual se siente herida por un objeto sólido e irregular que al caminar pise, lo aparto de una patada. Sigo avanzando y llego al blanco refrigerador, lo abro y sacó de él mi negro café que deje hace ya varias noches, le doy un trago y mis papilas gustativas no parecen distinguir su posible mal sabor, frío, amargo, pasado, cargado, eso no importa.

Y más, no es que simplemente no importen, que cualidades me sean indiferentes, es más profundo, aquellas palabras están perdiendo sentido, su significado se ha extraviado para mí. De igual modo que los días se suceden uno a uno iguales, así también las palabras han perdido su valor en mí. Todo es absurdo, nada es imprescindible, todo es vacuo, nada es apoteósico.

Y cómo habría de serlo si me han asesinado, si soy como un muerto en el cual nada se forma, nada se forja, nada construye, todo es nada. Y cómo me han asesinado, de la forma más inhumana, más bestial, han desprendido mi ser de mí mismo, me han desgarrado. Pero no… ese ser se ha desprendido así mismo de manera voluntaria. Él es el objeto y culpable de mí vacío.

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