lunes, 21 de septiembre de 2009

Dios como capitalista o en el principio (del mercado) fue el dolor

Hace varios días cuyas cuentas no vienen al caso me asalta la idea de un reproche, no cualquier reproche, no dirigido a cualquiera. Y es que eso mismo no me ha dejado abandonar tranquilamente sobre los brazos de Morfeo desde hace algún tiempo atrás. Dado que nos encontramos tan sumergidos en un sistema tan nefasto –por cierto, sin salida visible–, como lo es el capitalista, toda realización o producción en aquel demanda una hechura veloz aunque no tan correcta o de buena calidad. Claro que ésta arroja (casi) por consecuencia lógica una manufacturación endeble o cuando menos, una mayor probabilidad a que esto suceda.


Por otra parte, siempre que despierto lo hago con la ilusión (utópica) de encontrar un devenir de la humanidad en el mundo de una manera más correcta, ¡utopía total! Lo cierto es que si nos damos a la tarea de reestructurar el pensamiento humano desde la raíz, es decir, desde los niños y, no en las estructuras, en los adultos, se potenciará aquel devenir utópico, esto último también es una utopía en sí misma.


Así, con estos elementos, más el supuesto de la creación divina –que la humanidad se coloca como necesario–, llego a la conclusión de que Dios es un capitalista exacerbado. Entre otras razones que le harían encajar bastante bien, sólo quiero señalar ahora las que se ligan de lo primeramente enunciado. Ya que crear un mundo en tan sólo siete días, perdón, en seis (me olvidaba de su descanso o contemplación), y hacerlo de una manera tan nefasta, pero claro, con el respaldo y bombardeo de la mercadotecnia, lo coloca a la par de grandes empresarios, accionistas, economistas, financieros y un largo etcétera que plasmo para no escribir sus ambiciosos nombres.


En fin… el primer producto de mercado fue el dolor (y no en todo caso, el amor, en el que tratan de sustentarse algunas religiones).



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